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FISCAL GENERAL

  • gonzalojesuscasano
  • 10 jun
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 12 jun

FISCAL GENERAL

En esta cuestión (¿embrollo?) me congratulo más que nunca en ser un profano profesional: el Derecho es un campo que no domino en absoluto. Pero como todo hijo de vecino quiero entender lo más posible, y aportar un modesto parecer. El motivo es, ¡lo de siempre!, este es un país libre … se supone, lo mismo que el valor a los soldaditos que empezaban la mili.

Lo que “cazo” del artículo de Arcadi Espada (notable desde luego) es que García Ortiz no tenía derecho a borrar documentos, en cuanto Servidor público. Pero si lo tenía en cuanto persona privada, para no incriminarse (nadie se flagela, excepto lo masoquistas y los pirados). Con esos “en cuanto” una persona se puede escindir en varias, sin caer en la esquizofrenia, o TID. De modo que esa eliminación de información le condena, por ser Fiscal.

Al parecer el juez Hurtado posee indicios de que fue nuestro presente presidente quien “instruyó” al Fiscal General para filtrar esas revelaciones (¿spoiler?) sobre Alberto González Amador. Pero indicios no son pruebas, como todo quisqui sabe; que se lo digan a D. Isaac (su teoría de la gravitación universal), o incluso a Herr Einstein (acción fantasmal a distancia, relatividad general vs. gravedad cuántica). Lo típico de que las teorías científicas no están nunca 100% confirmadas, sólo son falsables; considero que el paralelismo sí nos vale en el ámbito judicial. Nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario, de forma nítida, rotunda, con mogollón de pruebas, que se supone Ángel Hurtado proporcionará. Muchos nos preguntamos cómo, si se han evaporado, por arte del ¡puf!, muchas (¿todas?).

Con todo no me resisto a añadir que, aun sin verificación completa, los científicos emplean mucho como método para establecer una teoría: inducción (acumular de la tira de registros observacionales) + principio de Ockham. Según este último la explicación más simple (economía de medios) es la verdadera; procedimiento además avalado, algo igualmente conocido, por el médico más guay de la televisión televisiva, House M.D., para sus chachi diagnósticos. Pero, pero …, la lex parsimoniae no se puede utilizar para emitir (decidir) un juicio.

 

Efectivamente, tanto Copérnico, como Kepler y Galileo, no contaban con abrumadora evidencia empírica a favor del heliocentrismo, y muchos estiman que se inclinaron por este último por consideraciones de simplicidad: es la teoría que necesita menos recursos para explicar, incluso es la más bella (física y matemáticamente).

El buen D. Alberto (ni Núñez Feijóo ni González Amador), muy plausiblemente escogió su hipótesis de la relatividad especial porque es la más simple manera de entender los complicados (poco encajables) fenómenos que se observaban en electromagnetismo y mecánica clásica. Sí, es la más “fácil”, a pesar de todas esas situaciones contra-intuitivas que implica, y que nos dejan turulatos cuando las leemos en textos divulgativos. El mismo criterio casi seguro que sirvió en el caso de la Relatividad general, para no pocos la teoría científica más brillante (y elegante), jamás construida por mente humana; pero no está 100% contrastada, ni lo estará.

¿Y qué decir de la Evolución de las especies? El buen Charles realizando durante años y años anotaciones sobre animales y plantas, que apuntaban a que los seres vivos no son inmutables. Y sólo publica (¿cuántos años habría tardado, a fin de alcanzar lo indudable?) cuando Russel Wallace llega a las mismas conclusiones derivadas de las “señales” en la Naturaleza. También las transformaciones de las variedades biológicas constituían la explicación más okhamiana, y tras muchos más aportes observacionales, la consideramos hoy un Hecho.

¡Foco! …, ¡no nos perdamos! Es indudable que los grandes descubridores científicos se han apoyado solamente en “vestigios” para construir sus grandes teorías. Igualmente lo es que en nuestra existencia debemos tomar decisiones a partir de “señales”, sin poder instalarnos en lo indubitable; y no me refiero no sólo a dónde comprar el piso, en qué invertir en Bolsa, dónde pasar el período vacacional, y cómo evitar a la suegra … Seguridad absoluta, ¡no! ¿Infalibilidad respecto a nuestras resoluciones?, escasas veces, o quizás nunca.

Pero, para un juez rige la (sabia) máxima de: nadie es culpable hasta que se demuestra lo contrario. Eso de “más allá de la Duda razonable”, que tanto sale en los largometrajes de Bosque de Acebos (estupendo, gran guión, el de Fritz Lang). El magistrado no se ubica ni en el contexto de descubrimiento ni en la heurística científica; él dictamina según pruebas firmes, aspirando a ese Ideal/arquetipo de la existencia que es la garantía cabal de Verdad. ¡Menudo desafío para un juez!; ¡pero condenar a un inocente es lo más terrible en el ejercicio de la Ley!

Por otra parte, si “errare humanum est”, también lo es “inferre”. Los togados, en cuanto seres humanos, están habituados a guiarse por indicios en su proceder cotidiano, y se produce la irresistible tentación: es blanco y en botella; todo apunta a …; tiene el pico de un pato, parpa como él, patas palmeadas, ¡es un pato!; no hay otra explicación razonable etc. Pues bien, todo lo anterior no fue suficiente para que el jurado condenara a O.J. Simpson, a pesar de la montaña de “huellas”; no se daba, para los 12 hombres (y mujeres) con piedad, lo innegable. Sin embargo, millones de americanos (y del resto del mundo) se decían “eppur si muove”, respecto a la culpabilidad de Simpson.

Ante todo, habrá que examinar qué indicios posee el juez Hurtado; y si son sólo eso y no van más allá, hay que aplicar “in dubio pro reo”.

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