UNA CONDESA CHAPLINIANA
- gonzalojesuscasano
- 6 sept
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 7 sept
UNA CONDESA CHAPLINIANA
La Condesa de Hong-Kong cuenta en primer lugar con Sophia Loren. Hace unas jornadas describí a Kim Novak como detentadora de espléndidas curvas, acomodadas en las localizaciones escogidas por la Evolución. En el caso de la italiana ídem de lienzo, o mejor dicho, ¡más lienzo! Con el aditamento de que esta última es mucho mejor actriz, justa ganadora de un Oscar y múltiples premios. Una real hembra, sensual a tope, todo Mediterráneo, que además era capaz de interpretar, ¿qué más se puede pedir para una protagonista?
Por ahí nos encontramos igualmente a Brando, considerado el más grande de la Historia. Y el que disienta, que levante el dedo y ¡sea anatema!
Por último, está Chaplin, candidato asimismo a G.O.A.T., aunque él se enfrenta a más competencia, victoriosa ésta habitualmente. Con todo en la suma de créditos para ese Doctorado es difícil igualarle, porque en sus largometrajes era intérprete, director, guionista, compositor (inolvidable Candilejas), productor…, ¿quizás también mozo de cuerda? A ello le adicionamos el ser uno de los pioneros del séptimo arte, de sus creadores.
Contamos incluso, en una aparición especial, con una rubia hitchcokiana, con fobia a las aves, Tippi Hedren.
Con semejante plantel, ¿qué podría ir mal? Pues según los espectadores y críticos de aquellos días (y de otros más cercanos), ¡todo! Fue ampliamente rechazada, en las salas y en las columnas periodísticas.
Una de las “acusaciones” es que era un producto anticuado, que parecía salido de las comedias alocadas de los 30 de Bosque de Acebos, in illo tempore. Honestamente, hay motivos para que sea declarada culpable.
Con todo voy a ponerme el traje de abogado defensor (no de poli malo). Precisamente ese aire obsoleto puede inducir atemporalidad, signo de arte. Admitámoslo, en no pocos momentos aquello tiene pinta de ópera bufa, o de farsa de dormitorio: el amante debajo de la cama, o la querida en el armario. Tantas puertas que se abren y se cierran (¡tras una surge Él Mismo!) ¡pim, pom!, tanta gente escondiéndose unos de otros… No, no podemos negar la evidencia: esto nos recuerda una de Charlot, quien tanto nos hizo desternillarnos, con sus caídas, trompazos, resbalones, estrambóticas peleas, contorsiones, mieditis crónica, tartazos, huidas espantadas ante el Malo (grande y bruto), ¡je, je!
Un momento…, El Vagabundo, cine mudo, narrar (y producir carcajadas) sólo con las imágenes movientes: pues sí puro lenguaje fílmico. Nada de diálogos, todo “dicho” con las “pinturas” que se mueven. Sí, yo también opino que La Quimera del Oro es una de las más Grandes, sin requerir bla-bla-bla. En La Condesa… encuentro a menudo a ese Charlie ingenioso, divertido, inventivo, ¡a través del empleo de los encuadres, sin cháchara!
De acuerdo, este largometraje es teatro filmado en muchos respectos, estático con la cámara, pero desde luego no con los personajes, que no paran de moverse. Y en cómo lo hacen, e interpretan en general veo la mano maestra/directora del buen Charlie. Sin ir más lejos (¿para qué viajar tanto?) la entrada de las tres “señoras” en las habitaciones de Brando, su actitud, sus pintorescas expresiones, su pose extravagante, de desfile de modas picarón (y más): ironía, sorna…, ¿se están cachondeando de Marlon y Sydney Chaplin?, ¿o de mí, sufrido espectador?
¡Y qué me dicen Vds. de la escena del mar agitado y el mareo de nuestros tres protagonistas, buscando cada uno un lugar tranquilo ¡para vomitar!: es puro Charlot, y puede acabar como un pequeño clásico de comicidad visual. Bueno, bueno…, y está esa jovencita modernísima (último chillido de los 60), danzarina con el protagonista; fémina aquejada de omnipresente logorrea, abrumando a aquél con sus reflexiones sobre Aristóteles, el alma y la inmortalidad (Geraldine se lo reitera poco después, ¡je, je!), y citando compulsivamente a su papá. Aquí contamos con el buen ojo, o mejor pluma, de Chaplin-escritor, con sorna sobre esa década alternativa (¿a qué?, ¿a todo?). ¡Ah!, y otra intervención especial, la de la incombustible, inmarcesible y no-irrelefante Margaret Rutherford (-Marple). Pues sí, indudablemente este producto atesora muchos “golpes”, ópticos y lingüísticos; merece mejor nota que la que le dan los críticos.
Nuestro gran actor tiene un papel con pinta de haber sido escrito para Cary Grant. Éste era capaz de hacer payasadas y no descomponerse, no pareciendo ridículo; i. e. hacía el ganso sin inmutarse y te reías con él y no de él. Claro que como actor dramático era ¡nada! Marlon sí lo es, el Mejor; pero se desempeña bien en todo, incluyendo la comedia descabellada (no de toros), v. gr. Dos Seductores. No, no echo de menos a Cary en este trabajo; además hay momentos nada cómicos, donde nuestro actor es insuperable. Y Loren le acompaña muy bien; de hecho ella tiene más peso (sin segundas intenciones tipo Grant) en la trama.
Cuando vi La Condesa… por primera vez, hace múltiples decenios, me reí bastante (pero soy de risa fácil); y ahora…, pues más o menos lo mismo, ¡y no me he infantilizado! No es una gran maestra, pero tiene sus puntos; para mí, ante todo y sobre todo, ese resabio (vituperado en sus días) de producto de épocas pretéritas. Pues bien, si éstas son las del cine silente, el cine puro, lenguaje sin lengua-vocablos, ¡bienvenidas sean! Sé reconoce al Charlot eterno, visual, en ésta su postrera película.
Es hora, momento y minuto de admitir que respecto a Charlie soy decididamente ¡parcial!, como respecto a Orson, Eisenstein, Fellini, Hitchcock, Renoir, y algunos más que nos son contemporáneos. Por consiguiente ello afecta a mi juicio en estas valoraciones; de este modo, me reí fuerte en ocasiones, y más veces me sonreí a gusto ante los graciosos e ingeniosos (¡inteligencia!) diálogos y situaciones. En resumen, mi “resumen” es que “quien tuvo retuvo”, lo cual aplico incondicionalmente a lo postrer de El Vagabundo.
Hablando de todo un poco (y mucho de nada), la gentilmoza danzante muy-en-la-onda-actual (de los 60) asegura que su papaíto sabe más sobre el alma humana que El Estagirita, ¡cáspita! La pregunta, obligada, es si el progenitor de la otra bailona (sí, sí, es Geraldine) se sitúa en el mismo nivel (elevado) de episteme (aquí emoticono de guasa).